Lo que no soy.
Son las cinco y media de la mañana cuando suena mi despertador. He patentado un sistema de peinado y maquillaje exprés que me permite estar en la cama 15 minutos más de lo que en realidad debería. Me visto con bastante menos estilo del que me gustaría y, justo antes de salir por la puerta, meto un batido de chocolate y una bolsa de galletas en el bolso del trabajo, siendo consciente de que no es la mejor opción pero que algo, aunque sea una basura, habrá que desayunar.
Justo cuando voy a salir por la puerta aparece mi hijo mayor por el pasillo.
¿Hoy trabajas fuera de nuevo? - me pregunta.
Sí, cielo, pero vengo esta tarde, como siempre.
Entonces, ¿hoy tampoco me recoges del cole?
Ese “tampoco” duele más que mil puñaladas, pero aguantándome la pena le acompaño a mi cama para que intente dormir algo más, aunque los dos sabemos que eso no va a pasar.
Salgo de camino hacia la ciudad en la que trabajo dos días a la semana. Una buena caminata hacia la estación de autobús y a las siete menos cuarto ya estoy en ruta junto a otras cincuenta personas que, al igual que yo, se han pegado un buen madrugón.
En el viaje aprovecho para desayunar, si es que se le puede llamar así, al abrevar unas mini oreo y un cacaolat. Yo, que soy de tostada con tomate y café con leche, me adapto aún sabiendo que me va a caer como diecisiete melones en el estómago; hemos venido a jugar, definitivamente. Los demás duermen, yo no puedo. Voy pensando en todo lo que tengo que hacer cuando me siente en la oficina, en las reuniones, en las llamadas, en las grabaciones de contenido. Pero también voy pensando en la circular que recibimos ayer sobre el estreptococo en el cole de una y en la plaga de piojos en el cole de otro. En si se secará el uniforme de mi mayor para mañana, porque hoy llueve; en si mañana le mando menestra o macarrones a la pequeña en el tupper, porque no he tenido tiempo de planificarlo antes.
Cuando llego a la oficina aprovecho para contestar los primeros emails del día. Es el momento en el que hay menos gente y en el que las horas me cunden más. A las nueve está programada la primera reunión, así que me cojo un café para llevar y bajo a la sala de reuniones.
Veo que se enciende la pantalla del teléfono. 09:24h, llamada entrante de la guardería. Me llaman a mí, por supuesto. Salgo de la reunión bajo la mirada cómplice de mis compañeras madres. Descuelgo y mi sinceridad habla por mí:
¿Desde dónde se ha tirado ahora? - contesto, siendo muy consciente de que convivo con una pequeña versión de Tarzán.
No, ahora no es eso. Es que está mimosa, parece que no tiene ganas de jugar y que tiene unas décimas… ¿podrías venir a por ella?
Pues mira, no. No puedo. Estoy a cien kilómetros, pero non ti preocupare, que ya muevo cielo y tierra para coordinarlo.
El día sigue entre llamadas, puesta al día de planes de comunicación y de contenidos, organización de viajes de trabajo y sin más tiempo para comer que el que requiere un sandwich; así estoy a la hora de cenar, que me como todo lo que se me presente por delante. Cuánto peor mejor para todos, que dijo el poeta. Si el día ha sido bueno, porque ha sido bueno, y si ha sido malo la pizza servirá como ansiolítico.
Llega la hora de cerrar el portátil y salgo corriendo a coger un taxi que me acerque a la estación.
¿Por dónde te llevo?
Por donde crea que hay menos tráfico - contesto, bastante cansada de hacerle su trabajo a la gente.
Es que a esta hora, puf…
Mira, basta.
Me paso el viaje de vuelta organizando las vacaciones de Semana Santa y empezando a bichear las de verano. Hoteles, apartamentos, transporte, distancias, servicios básicos, hostelería. Y entre una cosa y otra me doy cuenta de que la semana que viene es el cumpleaños de mi hermana y que no hablo con mi padre desde el domingo. Mierda, joder.
De camino a casa paro a comprar una cartulina para el trabajo que tiene que hacer mi mayor sobre el caimito (si, yo también es la primera vez que lo escucho) y leche entera para mi pequeña. Llego a casa y allí están con sus abuelos, que me los han acercado.
Después de la fantasiosa rutina de baños y cenas me tiro en plancha en el sofá, todavía con la ropa que me puse nada más despertarme. Me veo en el black mirror que es mi tele y pienso en para lo que he quedado, no sé si para bien o para mal. Pienso en mis amigas, de las que no sé nada desde hace semanas. Me pregunto si no hablamos porque me entienden o porque se han cansado de esperarme. Sea como fuere, las echo de menos. Y me echo de menos a mí.
Pero qué hacer más allá de dejarse llevar. Cuándo y cómo volver a estar en el centro con días de solamente 24 horas en las que tienes que maternal como si no trabajaras, en las que tienes que trabajar como si no maternaras. Y la familia. Y las amigas. Y la pareja. Y los hobbies. Y la salud.
Y tantas otras cosas.
Supongo que a esto debe parecerse a la carga mental. Supongo que así debe verse un trabajo invisible que no todo el mundo puede ver.
Cris Carpintero a las teclas 💛
Surfeando la vida y subida al barco de Dear Body Project.